¿Tienen alma los androides?
Tal como estaba previsto, a media mañana el matrimonio Jara ingresa a su hogar con Chandra, un androide especialmente programado para acompañar a personas como Julieta, la hija de ambos. El recién llegado mide un metro sesenta y cinco de estatura, puede subir y bajar escaleras, hablar y comportarse como una persona. Tiene además la capacidad de aprender y de memorizar las experiencias vividas. Expresa sus emociones, sonríe y a veces se enoja. Es lo que ha dado en llamarse un verdadero humanoide.
—Ya vas a ver nadie mejor que él cuidará a Julieta. La va a pasear por el jardín de la casa, la hamacará... —dice la señora Jara a su esposo; quien a decir verdad no está muy convencido de que un robot sea el compañero de juegos y guardián de su pequeña.
—Estoy cansado de discutir, ganaste, veremos cuánto tiempo soy capaz de soportarlo.
—Todo va a salir bien, sus controles están perfectamente ajustados, además los inhibidores fueron revisados infinidad de veces —insiste la mujer.
Chandra, con la inteligencia de la que está dotado, comprende de inmediato que deberá trabajar duro para ganarse la confianza y ser reconocido por el dueño de casa. Sabe que para eso es necesario ante todo que Julieta se encariñe con él, y por esa razón al conocerla, con voz aniñada, le dice:
—Hola. Espero que podamos ser buenos amigos.
La niña se entusiasma con ese ser extraño que prodigiosamente irrumpe en su vida y acepta con una sonrisa, cosa que muy pocas veces hace. Entonces el robot le propone:
—¿Te gustaría escuchar un cuento?
Encantada aprueba la idea, pero su padre al principio se resiste a dejarlos solos, pues teme que ese “cadáver en movimiento” —como él lo llama— le haga daño. Accede finalmente al deseo de su mujer de permitir que ambos conversen tranquilos, sin nadie que los intimide, pero con la condición de que cuando Julieta se canse de la compañía de Chandra, no será obligada a tener que estar con él.
Sin embargo, muy contrariamente a lo que el señor Jara piensa, el androide pone en funcionamiento el control que le permite adaptarse a los deseos de las personas, y logra que ella no sólo preste atención a lo que dice, sino que lo invite a su habitación para mostrarle sus juguetes, cuando él termina la narración.
—¿Cuántos años tenés? —pregunta Chandra.
—Ocho. Me faltan cinco meses para cumplir los nueve.
—¿Sabés jugar a las cartas?
—No.
—Te voy a enseñar.
Las cualidades creativas del robot y la serenidad que vibra en su interior, gracias a su regulador automático de ánimos, ayudan poco a poco a su amiga a poner en práctica actividades que antes la asustaban.
La pobrecita, como suelen decirle criados y parientes, nació con una rara enfermedad que recién se empezó a manifestar cuando cumplió tres años, y hace que viva recluida en su casa. A causa de la misma, padece un retraso mental moderado y su cara se desarrolló en forma incompleta en la zona media, por esa razón sus padres la sobreprotegen y evitan exponerla en público. Pensando en su bienestar y educación no escatiman en brindarle todo tipo de apoyo y estudios, pero en forma privada y silenciosa, buscando que la enfermedad de Julieta y su existencia misma, trascienda lo menos posible. Sólo los más allegados tienen contacto con ella. Una sola vez, intentaron los Jara llevarla al teatro, representaban Cenicienta, y pensaron que sería bueno que la pequeña viese la obra en compañía de otros niños. Pero se equivocaron, los chicos no hacían más que mirarla. Inclusive uno de ellos al verla exclamó:
—¡Mamá tiene cara de duende!
Otros al oírlo, empezaron a reírse a las carcajadas a pesar del reto de sus madres y la señora Jara debió hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas. De ahí en más el matrimonio evitó que Julieta saliese, no obstante saber que su hija necesita compartir juegos y actividades con algún amigo.
Esa es precisamente la razón por la cual la señora Jara quiere que un androide sea quien los ayude en el tratamiento de la pequeña. Que sea él quien sin burlas o lástima, logre que Julieta exprese su tristeza y disfrute de su vida. Su esposo en cambio que siente adoración desmedida por la niña, no puede evitar estar celoso. Además tiene desconfianza de que el advenedizo sufra en algún momento un desperfecto y la lastime.
—¿Y si se abalanza sobre ella? pregunta reiteradamente.
Y es siempre su mujer quien disipa sus temores con un:
—Está programado a la perfección, tiene inhibido el sentido de furia y si algo llega a andar mal, comenzará a funcionar su sistema de alarma.
El presente es juego y diversión para Chandra. Mientras estuvo en el laboratorio sus días eran monótonos, aburridos. Cuando no lo sometían a un test para comprobar su reacción ante distintos estímulos, le controlaban el sistema ocular, la región facial. Sólo le falta lograr que el señor Jara lo acepte. Tarda casi un año en conseguirlo pero finalmente alcanza su objetivo de la manera más inesperada. Cuando un día el dueño de casa sale rumbo a su trabajo, Julieta pasa las piernas por la ventana de su habitación, mirando para afuera y lo saluda, poniendo en riesgo su vida. Chandra asustado, la toma con fuerza y evita que caiga al vacío. Así consigue que Jara cambie su opinión respecto a él, pero el mecanismo hace un esfuerzo tan grande que se agota su energía, sufre un cortocircuito y debe ser reparado. El arreglo demanda tres largas y tristes semanas para todos, durante las cuales el dueño de casa, se promete a sí mismo cambiar y mejorar su relación con el amigo de su hija, rogando por primera vez, que el que hasta ese momento fuese su rival, retorne sano y salvo. Ella por su parte, pasa los días en cama llorando, sin hablar, pidiendo que la dejen estar sola.
Son más o menos las tres de la tarde cuando finalmente la familia, parada en la puerta de entrada recibe al robot humanoide. Julieta se lanza sobre él, lo abraza y se acurruca en sus brazos. El señor Jara pierde el miedo, sus dudas y temores desaparecen.
El tiempo pasa y poco a poco Julieta deja de ser una nena. Nacen en ella las ganas de tener novio. Una expresión de picardía en sus ojos demuestra que pronto estará dispuesta a conocer la pasión. Intenta seducir a Chandra con una ocasional y discreta caricia al principio, tumbándose sobre él cuando está tendido sobre el diván. Y así descubre que ese androide con cara de latex y pelo rubio, posee el maravilloso juguete que tanto significa para ella.
Él sabe interpretar las intenciones de su amiga y trata de alejarlas, programándose para no generar respuestas a sus estímulos, logrando en ciertos casos enfurecerla, hasta que una tarde enojada exclama:
—¡No tenés alma!
—¡Sh! Si seguís hablando en voz alta van a venir tus padres…
Él produce inmediatamente el achatamiento del deseo que siente hacia Julieta, de manera de no reaccionar ante un requerimiento tan inquietante, pero para sorpresa suya, la jovencita, día tras día prueba besarlo, acariciarlo, hasta que finalmente produce cambios en su sistema, modificando las instrucciones codificadas que él debe realizar. Se produce entonces en el humanoide la falla de los mecanismos sensoriales y flaquean los dispositivos que regulan su sensualidad. Se colapsa el programa que frena los motores de la pasión y el deseo sexual, y Chandra por primera vez está confundido. Su mecanismo básico no le responde en debida forma y su memoria denota deficiencias. La sensación de culpa aparece por primera vez. “Esto es algo que yo nunca quise. Debo recuperar la confianza en mi capacidad para suprimir esta obsesión sexual”, se dice el pobre una y mil veces sin lograr su propósito.
Mientras tanto ella insiste:
—Demostrame que te gustan mis caricias.
Y finalmente logra que él desbordante de fuego, deje que le dé un beso.
—¡Sos lo más lindo del mundo, te amo! —exclama enardecida.
El matrimonio presencia sin querer la escena y llega a la conclusión de que la situación se ha descontrolado.
—Te das cuenta... no tendríamos que haber dejado que estuviesen tanto tiempo juntos. Siete años es mucho —dice Jara visiblemente preocupado a su mujer.
—Jamás pensé que eso pudiera suceder, no entiendo cómo pudo haber ocurrido si no está preparado para expresar emociones de ese tipo.
—¿Pero no entendés que es Julieta quien lo provoca? él accede, algo anda mal en su programa...
—Sí, puede ser... pero lo de Julieta es un problema de madurez, llamaré al médico..., probablemente la flexibilidad de la piel de Chandra la confunda. Muchas niñas a su edad tienen deseos...
—Debemos evitar que las cosas sigan adelante. Lo cambiaremos por otro androide.
—Pero no podemos quitarlo de la vida de Julieta repentinamente, se volvería loca.
—No, ya veré cómo hacer, mientras tanto debemos vigilarlos...
Una imagen persistente no lo deja dormir, la de su hija y el androide teniendo sexo. La pesquisa se lleva a cabo día y noche, y obstinado maquina cómo deshacerse del robot sin que su hija sufra. Pero Julieta descubre que sus padres sospechan del amor que siente y se cuida muy bien de ocultarlo.
Sin embargo, unos días después, al terminar la cena organizada por la familia para festejar el cumpleaños del dueño de casa, luego de despedir al último invitado, el homenajeado va hasta la habitación de la joven para asegurarse que duerme, y ve entonces que está acariciando a Chandra tiernamente al principio, de manera compulsiva después. Ella se estremece y él responde con movimientos espasmódicos. Enardecido, camina hacia donde están y sin saber cómo, golpea la cabeza del robot contra la pared, derribándolo. En un instante el lugar se convierte en descomunal escenario donde danzan tornillos y roscas. Chandra podría aplicar a Jara una suerte de hipnosis para inmovilizarlo, pero no quiere defenderse.
El hombre, fuera de sí, va hasta su dormitorio, toma un arma y vuelve. Comienza destruyendo el compresor de aire que posibilita sus movimientos, causándole daños irreparables.
—Es hora de marcharme, es lo mejor para todos... —es lo último que se le escucha.
De la garganta de Julieta se escapa un gemido, se arrodilla a su lado y toma entre sus manos algunas piezas, segundos después pierde el conocimiento. A partir de ahí su desinterés por el mundo exterior es total, parece muerta. Lo único que hace es dormir todo el día y aferrarse a la caja donde guarda los restos de Chandra.